¿A día de hoy, quién no conoce uno de los factores más relevantes —sino el que más— en la psicología femenina conocido por sus siglas FF: Factor Fulana?
Si no tienes en cuenta su reputación, jamás te pegarás un buen revolcón. Refrán de Ray: Rayfrán.
¿Y si te dijera que también existe un factor similar —FF masculino—en la psicología masculina?
Se llama Factor Frusco y encierra todo aquello que nos incita a proyectar nuestro lado menos atractivo, precisamente, por tratar de ocultarlo.
Nota: Para quien no entienda la terminología, te diré que FRUSCO viene de:
- FRUS-trado
- CO-rriente.
Una condición con la que todo especimen humano masculino carga en mayor o menor medida durante toda su existencia dependiendo de su relación consigo mismo y de la etapa de su vida que atraviese.
La adolescencia, las prohibiciones que conllevan las relaciones mal planteadas y la ruptura de las mismas suelen ser las más acusadas porque nos enfrentamos a un cambio severo.
Factor Frusco
¿Qué conlleva esta condición?
De la misma manera que el Factor Fulana tiene como función principal proteger la reputación femenina —con bastante éxito—, el FF masculino es una respuesta involuntaria por la cuál nos sentimos muy incómodos cuando intuimos que la percepción que se tiene de nosotros va a verse afectada negativamente.
O sea, que también trata de velar por nuestra reputación. Sin embargo, y en contraposición al Factor Fulana, —y como su nombre indica: Factor Frusco— ésta es una respuesta normalmente equívoca y —más que evitar que parezcamos un Frusco— lo que hace es delatarnos.
Hay tantos aspectos que lo mejor será enumerar algunos para quitar esa venda que tantos hombres llevamos en los ojos —en ocasiones por ignorancia, pero en su mayoría por miedo a reconocer que tenemos un problema… y gordo.
Manifestaciones del Factor Frusco
Necesidad de validación social
Dime con quién andas y, sólo si está buena, me la mandas. Chistaco.
Como hombres nos sentimos mucho más atraídos por unas mujeres que por otras —dependiendo de rasgos físicos y psicológicos—. E incluso las hay que no nos atraen en absoluto. Pero admitámoslo, en cuanto al tema sexual se refiere pocos ascos hacemos:
—Con que esté sanota y tenga un buen culo o un buen par… ¡p’alante!
Es decir, a nivel instintivo nuestros genes sólo nos piden que esté sana y que tenga rasgos de fertilidad.
Contrariamente, la cosa cambia —y mucho— cuando tratamos el tema públicamente: cuando nuestra reputación está en juego.
Mientras que a nuestro frusquito interior le encanta alardear —a bombo y platillo— de nuestra conquista, paseándola por sitios públicos cuando la chica en cuestión es muy atractiva, si «no lo es tanto» éste tratará por todos los medios de lo contrario: que no se nos relacione con ella.
—No vayan a pensar que soy un muerto de hambre y que me conformo con «cualquier cosa».
O peor aún.
—No vayan a pensar que ese «cardo borriquero» es a lo único a lo que aspiro.
Por lo tanto, nuestro frusquito interior necesita validación externa para sentirse seguro.
He conocido hasta casos —bastante extremos— de hombres con mucho éxito sexual que, en realidad, no disfrutaban de su «éxito» hasta que no me lo contaban. Es decir, era mucho más satisfactorio para ellos hacérmelo saber que la experiencia en sí misma.
Y hasta los había que eran conscientes de ello, pero aún así no podían disfrutar totalmente del sexo hasta que no lo compartían con gente a la que admiraban.
Y además, sucedía algo curioso: al no entender este concepto y, por lo tanto, sentir que alimentarlo más y más era el camino adecuado, cada vez necesitaban hacer conquistas más llamativas para seguir consiguiendo ese impacto en el oyente.
Al principio se trataba de número de chicas a la semana; luego, en lugar cuantas a la semana, lo atractivas que éstas fueran; más tarde se trataba de, manteniendo esa calidad, ampliar el número; para más adelante, reducir ese mismo ciclo semanal a diario… ¿Hace falta que siga?
—¡Claro, tío! ¿Cuál es el record actual?
Se entiende, ¿verdad?
Complejo de inferioridad
La peor defensa es un mal ataque. Obviedades obviadas.
Siguiendo con el ejemplo anterior, al pasearnos por lugares públicos, si alguno de los «amigos» a los que les estamos vacilando subliminalmente de «churri» se acerca con la excusa de saludar y aprovecha para tratar de flirtear con nuestra conquista —independientemente de que esté teniendo éxito o no—, nuestro frusquito interior se sentirá atacado y tratará de defenderse.
—Pero será mamón el tío… ¡Es que… lo reviento!
Curiosamente, cuanto mayor sea el miedo percibido por nuestro Factor Frusco, mayores serán las probabilidades de que, en lugar de boicotear al «buitre» en cuestión, acabemos dejándonos a nosotros mismos en evidencia y favorezcamos su tarea. En la mayoría de ocasiones, gracias a una actitud reactiva y, por tanto, muy beta.
Además de que, instintivamente, si ella percibe que nos afecta la situación, es muy posible que se regocije poniéndonos a prueba y trate de saber de qué pasta estamos hechos —por ejemplo: tratando de ponernos celosos con el «amigo»…
—Oye, ese amigo tuyo era muy majo. ¿Te importa si me tomo un café un día de estos con él?
Cuando en la mayoría de los casos, si no hubiese intervenido nuestro frusquito interior, nada de esto habría sucedido.
La debilidad atenta contra tu hombría
Pedir ayuda es signo de debilidad. Factor Frusco.
Tenemos marcado a fuego que un hombre no puede necesitar ayuda y pedirla lo hace menos hombre. Esto se ve magnificado cuando nos referimos a temas donde se ve afectada nuestra masculinidad de manera directa: sexualidad.
No os sorprendería —y repito: NO os sorprendería— la cantidad de alumnos que vienen a mis cursos y que lo hacen a escondidas.
—Es que si se entera tu churri, como poco te quedas sin sexo hasta que las ranas críen pelo.
Además de demostrarme —con semejante comentario— que no tienes ni idea de lo que enseño, tengo muchos más motivos por los que discrepo de semejante pensamiento —aunque no voy a entrar en ellos para no desviarnos—, ya que considero que lo único que aportan mis enseñanzas es felicidad personal y extrapolable a los que te rodean, especialmente a los más cercanos como son familiares, amigos y pareja.
No obstante, aunque puede parecer que la mayoría de alumnos que ocultan su asistencia a mis cursos es debido a su pareja, nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que muchos de ellos tienen pareja y lo ocultan…
—¡Hombre, están buscando una churri más «wenorra»!
… También se lo ocultan a familiares, amigos y —especialmente— amigas. Y es que es, con éstas últimas, con las que te diría que nuestro Factor Frusco suele sentirse más amenazado.
De hecho, la mayoría de chicas que, bien no saben de qué va todo esto, bien lo han entendido mal, normalmente te dirán la siguiente frase sentenciadora:
—¿Tú necesitas eso?
Y semejante sentencia traducida por nuestro Factor Frusco viene a significar:
—Así que eres un incompetente con las mujeres y te tienen que decir lo que tienes que hacer para parecer un hombre…
Para no extendernos indefinidamente
Como podrás interpretar por ti mismo gracias a estos 3 casos expuestos, hay infinidad de momentos en los que nuestro FF masculino se activa.
Mi tarea para ti es identificar más situaciones relevantes y compartirlas con todos en los comentarios para que hagamos una extensa lista y así ser conscientes de los momentos en los que nuestro frusquito interior nos roba el protagonismo —con el consecuente peligro que ello conlleva.
Cómo usar el Factor Frusco a nuestro favor
Después de todo lo expuesto, el FF masculino parece que está condenado a ser sólo un lastre en nuestra realización masculina.
¿Qué pensarías si te dijera que, precisamente, es todo lo contrario: una bendición?
Ten en cuenta que sólo tenemos que hacer un pequeño ajuste de éste para sacarle la intención positiva y, con ello, desandar el camino del Frusco caminado.
Vamos a ponerlo en práctica con los ejemplos usados para hacerlo más visible.
Valoración social
No nos engañemos, sentirse valorado no sólo es algo muy gratificante, sino necesario.
Como seres humanos NECESITAMOS formar parte de un círculo social, por lo que cualquiera que quiera venderte que no necesitas a nadie sencillamente:
- Miente.
- No sabe de lo que habla.
- Está loco.
- Es un extraterrestre.
Aclarado esto, una cosa es «necesidad de reconocimiento» y otra, muy distinta, no verlo cuando lo tienes o no tener nunca suficiente.
Si bien es cierto que la ambición es un motor muy potente para crecer, hay que saber diferenciar entre ambición constructiva y destructiva.
Básicamente es constructiva cuando tus acciones son guiadas por amor. Sucede cuando quieres compartir con los demás parte de tus beneficios espirituales procedentes de lo aprendido de tus acciones —sin necesidad de reconocimiento factual porque el hecho de compartirlo y ver que influye positivamente en los demás, es reconocimiento suficiente y, sinérgicamente, más alimento para tu ambición.
Una ambición es destructiva cuando nace desde el miedo. Sucede cuando tus acciones en sí mismas no te aportan —obviamente tampoco aportan a los demás— y, sin embargo, tienes la falsa sensación de que al compartirlas te remunera espiritualmente. Pero en realidad sólo alimenta a tu ego herido incapaz de disfrutar de las acciones en sí mismas. Este alimento es atención y energía robadas de aquellos que creen obtener algo de valor a cambio, cuando en realidad, lo único que consiguen es alimentar también a su ego.
Sentirse superado
Por mucho que nos disguste, siempre va a haber alguien que haga algo mejor que nosotros.
Incluido aquello que mejor sabemos hacer. Así que tenemos sólo 3 opciones:
- Resignarnos:
Darnos por vencidos y asumir que nunca podremos hacerlo así. - Frustrarnos:
Sufrir porque querríamos superarlo pero no tenemos las agallas para hacerlo. - Aprender:
Aceptar la situación y —en vez de cerrarnos en banda por resignación o frustración— abrir nuestra mente y empaparnos, todo lo que podamos, de lo que nos aporta esa persona que nos supera para mejorar nuestra propia versión. Ten en cuenta que, aunque nunca lleguáramos a hacerlo tan bien como esa persona, en el peor de los casos acabaremos en un nivel superior. Y eso, cuanto menos, es mejor que resignarse o frustrarse.
Pedir ayuda es de cobardes
No pedir ayuda es de estúpidos.
- Porque lo peor que te puede pasar es que no te la den.
- En el momento en el que la tengas te darás cuenta de cuanto tiempo has perdido queriendo hacerlo todo tú solito.
Además, avergonzarse de que te critiquen por querer ser la mejor versión de ti mismo: ¿no es un poco estúpido?
Podría entender algo así, si aún estuviéramos en el siglo XVI donde la Inquisición Española no dudaba en matarte si contradecías su opinión —y si no, que se lo pregunten a Galileo, que estuvo a puntito—. O, actualmente, si tienes la desgracia de pertenecer a una sociedad que todavía está por evolucionar —como puedan ser las ramas más violentas y radicales del islamismo, Corea del norte, etc.
Pero si puedes disfrutar de un estado de derecho, tienes todo el derecho a pedir ayuda con la barbilla bien alta y sin avergonzarte de querer ser mejor persona.
Quien no permita que exteriorices la mejor versión de ti mismo, no se merece tu persona. Ray Havana.
Conclusión del FF masculino
Con una mentalidad adecuada —abierta y despierta— podemos ser capaces de convertir algo que sólo nos perjudica —diálogo interior negativo— en algo totalmente potenciador.
Así que, a partir de ahora, en lugar de que el Factor Frusco te utilice a ti para menguarte, utilízalo tú a él como lo que es: una poderosa herramienta de consciencia para crecer.
Un efusivo saludo de tu servidor: Ray Havana, gracias por tu visita y… que tomes “excelentes” decisiones.
Pablo Rodriguez dice
Immmmmmm, Interesante muy interesante… Sabes Ray, desde que te estoy siguiendo, y leyendo más tus blogs, estas rompiendo paradigmas y creencias muy grandes y arraigadas , eres más del enfoque filosófico y eso es excelente….
Gracias Ray!
Ray Havana dice
Gracias Pablo. Se hace lo que se puede por aportar. 😉