En la vida hay cosas que carecen de valor y que con el tiempo se marchitan. Son los objetos materiales. En cambio hay otras que maduran y florecen. Son las personas.

Por eso un objeto no te hará feliz a largo plazo. Lo hará la inversión en ti mismo, la mejora, la autosuperación.

Un día descubrí esta filosofía de casualidad, pero me di cuenta que ya llevaba tiempo acechándome. Me planteé: ¿No me mejoro a mí mismo? ¿He alcanzado mi techo? ¿Seguro? Si no he alcanzado mi techo, ¿qué motivo tengo para no mejorar? Exacto, no lo había, porque no existe.

Entonces descubrí a Ray. Yo sabía ya por aquel entonces que un buen guía es aquel que ha aprendido a base de las dificultades del camino. Quien tiene talento natural y suerte no puede enseñar porque no sabe cómo ha llegado a donde está. Quien se lo ha tenido que currar, sí puede.

El problema es que con frecuencia no somos capaces de ver nuestras propias dificultades, nuestros propios fallos. Él ha descubierto donde están las dificultades, y sabe cómo ayudarte a afrontarlas. Lo hizo conmigo.

¿Por qué Ray?

Porque un buen coaching personal surge desde el afecto, desde la verdadera voluntad de ayuda. Y no conozco a nadie que se entregue en cuerpo y alma al otro tanto como lo hace Ray. Desde la primera conversación tienes ante ti a un hombre sincero, cercano e íntegro en el que poder confiar. Parece que hablas con un viejo amigo al que conozcas de toda la vida, y esa amistad se tornará duradera.

Sin temor a equivocarme, creo que acudir a Ray ha sido una de las mejores decisiones de mi vida.